Por Emilio Borbón Willis
Navojoa/VdM, 20 de junio
En el siglo XIX, ya en sus finales, una familia campesina
amante de la música se mudó a la Ciudad de México; fue una decisión del padre
con el fin de que sus hijos se capacitaran en el arte de la música.
La familia Rosas para sobrevivir formó una especie de grupo
musical, tocando en bares y fiestas con el fin de ganarse la vida. Fue en un
bar donde un parroquiano ebrio se burló de los hermanos por su marcado, y muy
notorio rasgo indígena. Como todo buen padre defendió a sus hijos atacando al
ofensor, mismo que sacó una pistola y mato al padre y jefe del grupo musical, y
a uno de los hermanos.
Fue así como nuestro personaje se vio en la necesidad de
hacerse cargo tempranamente de una familia, al ser el mayor de los hermanos,
muy común en nuestro país.
Juventino fue invitado a formar parte de una reconocida
orquesta, fue entonces cuando fue conocido por la primera dama del país, quien,
a partir de entonces, se convirtió en su protector, dándole todas las
facilidades para que desarrollara su gran potencial musical, al grado de
otorgarle su propio piano. Ya para entonces se empezaba a escuchar una hermosa
pieza musical, un vals llamado “Sobre las olas”.
Por la alcurnia de alta sociedad de entonces, por la muy
grande afición de hacer grandes fiestas de familias aristócratas, con don Porfirio
(personaje central) en donde sobresalía la rancia sociedad francesa en México,
no tardó mucho en darse a conocer en el mundo este hermoso vals, afirmando los
grandes músicos que una obra de semejante naturaleza era imposible que hubiera
sido creada por un mexicano, y mucho menos por un indígena. Se les olvidaba a
los franceses que los indígenas zacapoaxtla de Puebla habían derrotado hacia
casi 40 años atrás a su invicto ejército.
Se formó un comité internacional para determinar quien era el
verdadero compositor de ese vals, convocando a los casi 12 autores del mundo, los
cuales se decían sus propietarios, costeando la primera dama de México los
gastos de traslado de Juventino hasta Viena, en Austria, con el fin de que
defendiera su obra.
Se cuenta que al momento que le toco interpretar la melodía a
su verdadero autor, éste tomó las partituras, las rompió y las lanzó al aire, y
así, sin leer las notas, fue la mejor interpretación, siendo el veredicto
inapelable a favor de Juventino Rosas.
A su regreso a la Ciudad de México fue recibido con una gran
fiesta por la pareja presidencial, quienes lo recibieron con bombo y platillo,
por la fama mundial que México había recobrado. Fue allí donde Juventino, en
agradecimiento a su protectora, tocó por primera vez el vals “Carmen”, en honor
a la primera dama, Carmen Romero Rubio de Díaz, esposa de don Porfirio Díaz.
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